miércoles, 8 de octubre de 2008

YO COMULGUÉ

(...o breve retrospectiva de una mala elección de vestuario)

Buenas Noches (chicas fuera):


Un recientes estudio de la Universidad de Mishigan ha revelado, ante el asombro de la comunidad científica, que nuestra personalidad madura se define por contados momentos-cumbre a lo largo de nuestra infancia y pubertad, y no como se creía hasta ahora por cada día de cada semana de cada año de nuestra existencia. Tras una retrospectiva pormenorizada de cienes de individuos completamente tarados, así como de otros cienes de individuos con éxito en sus vidas, el estudio ha revelado que en cuestión de horas un niño feliz y sano, con pelo inclusive, puede llegar convertirse sin remedio en un individuo grotesto, o incluso galgoso-deleznable, sin que importe lo más mínimo toda experiencia anterior o ulterior.


...Ahora lo entiendo. Todo fue por mi primera comunión.


Técnicamente la culpa fue mía, porque lo cierto es que por entonces ya tenía suficiente uso de razón como para poder haberme opuesto, pero moralmente la culpa fue de una amiga de mi madre, que "financió" mi traje y que bajo ningún concepto quería vestirme de marinero. Cierto es que el traje de marinero es absolutamente ridículo, salvo si eres de la marina militar, en cuyo caso puede ser hasta útil, pero no es menos cierto que el ridículo mayoritario es menos ridículo. Total, que puede decirse que uno de esos momentos cumbre que me han convertido en un velcro fue aquel en el que la amiga de mi madre y yo, juntos de la mano, miembros de una iglesia, escogimos un extraño traje de comunión que andaba medio escondido en una tienda cuyo nombre no menciono para evitar querellas. Evidentemente el dependiente, que había perdido ya toda esperanza de venderlo, no hizo nada por impedir tal crimen, pero pocos días después dicen que intentó atragantarse con diecisiete crucecitas de madera de la tienda, lo que es sin duda signo de que no podía vivir con la certeza de saber que me acababa de convertir en un desgraciao.



El día de mi primera comunión había en el colegio varios atuendos que, con diverso porcentaje, se repetían en el grupo de aquel sábado lluvioso. Como si de una muestra representativa de la sociedad se tratase, aproximadamente un setenta y cinco por cierto de los niños iban vestidos de marinero, lo que podría constituir "la tropa" de aquel barco de emociones. Otro quince por cierto iban vestidos de almirantes, la jet set de aquel día. Aquellos niños que, con gorra de plato y borlones dorados, se constituyeron por elección de sus padres en el cuadro de mandos de la tripulación (mi niño de marinero un carajo. Mi niño de capitán). Por último, otro diez por ciento iban de chaqueta y corbata, erigiéndose, aunque fuera de la temática marítima propiamente dicha, en los viajeros del trasantlántico. Unos niños que aunque pasaron desapercibidos aquel día, seguramente han sido, junto a los marineros, los únicos cuyas vidas han tomado un rumbo aparentemente normal. El último cinco por ciento, ya se sabe cómo es la estadística... El último cinco por ciento simplemente era YO.


Yo comulgué en medio de una representación marítima de la lucha de clases. Rodeado de almirantes, marineros y viajantes, Yo comulgué el día en el que todo empezó a ir cuesta abajo en mi vida. Mi traje no era verde fosforito, ni me hicieron llevar peineta. Aparentemente, desmembrando el conjunto, podría considerarse que ninguna prenda de mi traje de primera comunión era inapropiado o irreverente. Pero aquel pantalón azul, la camisa blanca, el chaleco de botones dorados y la pajarita con gomita al cuello, unidos, abrieron aquel día mi particular caja de pandora.

SÍ, amigos del velcro. Hoy lo confieso. YO COMULGUÉ VESTIDO DE CAMARERO.


(No puedo contener las lágrimas, pero espero que sigáis hablándome.)


Fdo: Dr. Beckman.

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